jueves, 1 de septiembre de 2011

Un nuevo mandala para pintar...

En la ciudad de las diagonales, donde las diagonales son toboganes que no me animo a transitar. Toboganes mágicos que te pueden dejar en el Congo Belga o justo donde querías estar. Toboganes de pandora. Me le animé a la 79, me dejó en buen puerto pero se me dio vuelta el mapa mental y caminé en sentido contrario. Esos son los peligros de viajar en un mandala diseñado a ojo de planificador de ciudades organizadas, donde no entiendo cuál es el micro y cuál es el colectivo, donde para ellos la altura es el número. Hablar de la altura de una calle puede atraer malentendidos con los taxistas - o remiseros en este mandala - que piensan que les hablás de la altura de un edificio. Un mandala donde el corrector se llama liquid paper (licuid peiper), con tonada de porteño-platense pero más de pueblo. Donde los amigos de la facultad son los amigos de militancia. Un mandala económico pero no barato, en el que te podés sorprender con los números... los de las calles y los del precio de una remera ($20!!!!). Gastar $58 en el supermercado para sobrevivir dos semanas se siente un lujo recién llegada. Extrañar es cosa extraña los primeros días, viene de a ratos y extrañás más por los otros que por vos misma... no querés estar con los que no están, sino que ellos estén con vos en este nuevo mandala. A una hora, $10 y un subte estoy con Cipo, con las desentendidas nuevas porteñas pero nunca viejas cipoleñas, hermanas del alma que me transportan hasta allá, que me reciben con palta, limón y pimienta... con las que duermo cucharita como a los quince, después de una copa de vino, la loca de mierda y un cole mal tomado.
Empieza un nuevo mandala... porque el anterior lo terminé de pintar.

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